Si medimos el resultado de la estrategia aplicada por la oposición a partir del mes de abril, una ofensiva de protestas y manifestaciones en la calle que sacudió los cimientos de la sociedad venezolana y retumbó en las paredes del palacio de Miraflores, la conclusión a simple vista es que la jugada salió mal. La oposición sacrificó tropas, como lo hizo el Ejército Rojo, durante la Segunda Guerra Mundial, pero de sus filas no surgió un equivalente al mariscal Zukov, que ganara la guerra.
El chavismo logró su objetivo, pero a un costo que haría palidecer a Hugo Chávez, cuando desistió de contar los votos la madrugada del 3 de diciembre de 2007, porque no tenía interés en alzarse con una victoria pírrica. Eso fue lo que obtuvo el chavismo con la elección del 30 de julio de una Constituyente espuria que ha generado el rechazo de los principales países de este hemisferio y de la Comunidad Europea. Es la razón que ha esgrimido el gobierno de Donald Trump para seguir aplicando sanciones.
Las cuentas siguen pendientes, en esta guerra de posiciones que parece no tener fin. Edgard Gutiérrez, politólogo por la Universidad Central de Venezuela, y asesor de candidatos en varios países de América Latina, realiza un balance sobre esta fase del conflicto político venezolano. Se muestra partidario de no participar en las elecciones a gobernadores y explica por qué. Advierte, además, que “la unidad política, la unidad de propósitos de la oposición, ha sido una consigna, que no hemos podido materializar”.
Aviso, lo que va a decir Gutiérrez no es lo que muchos quisieran escuchar.
¿Qué factores están incidiendo en la conducta, en la emotividad, del electorado frente a las elecciones de gobernadores?
El primero es la incertidumbre, no saber a qué te enfrentas. El sólo hecho de elegir en Venezuela está en duda. No sabes si un candidato va a llegar al final del proceso, no sabes cuáles son las condiciones porque todos los días las cambian y las envilecen, diría yo. ¿El voto tiene un peso en la sociedad venezolana? El segundo rasgo se resume a una pregunta. ¿Para qué voy a votar? ¿Lo hago como parte de una conducta democrática y participativa o para oponerme a algo, por el sólo hecho de oponerme? Y un tercer rasgo también responde a una pregunta. ¿Mi voto es útil? No hay nada más duro para un elector que creer que su voto no tendrá ninguna utilidad. ¿Esto que estoy haciendo va a servir para algo? Diría que ese es el trípode sobre el cual se está montando un proceso electoral que hoy, mientras tú y yo hablamos, no tiene fecha. Aunque el mundillo político se dice que se realizará el 15 de octubre. Pero pudiera ser otro día.
¿Qué cree usted que pasó en Venezuela el 30 de julio?
El 30 llegamos a un punto de definición, de desnudez, de sinceridad, sobre de qué se trata el proceso político venezolano. Muchos especularon… esto se parece a un régimen dictatorial… o esto se enmarca dentro del autoritarismo competitivo… ahora no es competitivo, simplemente es autoritarismo. El 30 de julio aquí hubo un fraude. Un proceso que inicia como un fraude a la Constitución y se consuma con un fraude electoral, con el añadido de un costo de vidas que nunca se había visto en ninguna elección. A lo largo de estos años, la pregunta era ¿el chavismo va a aceptar los resultados? ¿Va a estallar la violencia o no? Finalmente, tenemos el saldo de una violencia sin sentido. Además, el 30 de julio estuvo marcado por un silencio ensordecedor, la abstención de los venezolanos. Esa fue la estrategia que se siguió para mostrar el más firme rechazo. A partir de ese día, entendimos cómo funciona la máquina que nos gobierna y se despejó una incógnita que se debatió durante los últimos tres años: ¿Venezuela es una dictadura? Sí, yo creo que sí lo es. Uso esa palabra, porque es la que más fácilmente se entiende.
Nos negamos a reconocerlo o nos está costando asumirlo. O quizás no lo queremos ver.
La primera batalla, quizás la más importante, que aún no le hemos ganado al chavismo, es la batalla de las palabras. Nosotros usamos su léxico. Ellos hablan de democracia, de revolución, de pueblo, de una cantidad de cosas, cuyo significado conocemos y nosotros no hemos podido construir una gramática que los defina a ellos. Para mí la palabra dictadura los define, porque ningún dictador se asume como tal.
¿Usted cree que la oposición está siguiendo la agenda del gobierno, lo que el gobierno impone, de una forma totalmente reactiva?
En ocasiones, la oposición logra construir su agenda y llevarla adelante, incluso obligando a Maduro, o al régimen, a responderle, a ser reactivo. Pero si me preguntas por las últimas semanas, no es que la oposición esté jugando para favorecer al chavismo, eso sería injusto, mezquino, decirlo. Pero sí está jugando dentro de la estrategia que el chavismo diseñó, lo que a efectos prácticos viene siendo lo mismo, porque lo que ha hecho es responder a los cálculos anticipados que el adversario hizo. La dirigencia opositora ha sido muy castigada, sometida a una crítica muy fuerte, entre otras cosas, porque se esperaba mucho de ella. Pero su capacidad de anticipación ha sido muy poca, me estoy refiriendo al juego estratégico. En Venezuela estamos acostumbrados a diseñar estrategias como si jugáramos solos en la cancha, pero en la cancha, al menos, hay un adversario. De ahí la famosa frase Los rusos también juegan. El gobierno juega duro, de manera muy cruel. Si algo se definió el 30 de julio fue esa crueldad. Voy a hacer lo que tenga que hacer. Voy a matar a quien tenga que matar. Voy a encarcelar a quien tenga que encarcelar. Voy a torturar a quien tenga que torturar. ¿Para qué? Para lograr mi máxima ideológica. Y esto, para el chavismo, no es el socialismo, ni siquiera es el comunismo, no… Es cómo mantengo el poder y si puedo, de paso, cómo acumulo más poder.
Si los venezolanos, a lo largo de cuatro meses, luego de ese costosísimo saldo de vidas, de heridos y de detenciones, no pudimos obligar al gobierno a modificar su posición ni un milímetro y ya sabemos lo que está ocurriendo con el voto, que es una institución desvalorizada, la pregunta es: ¿Por qué vamos a ir a elecciones?
Yo soy de los que piensa que en este conflicto, entre abril y julio, no ha habido lo que pudiera considerarse una sucesión de derrotas o que no movimos la posición del gobierno ni “un milímetro”. Por el contrario, la movimos y la movimos mucho. ¿Que no hayamos alcanzado los objetivos propuestos? Eso es distinto. Es decir, al primero de marzo, por poner una fecha, Maduro se veía llegando al 2019 con comodidad, posdiálogos octubre/diciembre 2016. Parecía que no iba a haber elecciones más nunca. Parecía que el mundo no iba a hacer lo que hizo después. Y todo eso se produjo, digamos, gracias a la lucha. Yo creo que la lucha política en Venezuela terminó cambiando un estado mental. Ahora, tú pregunta. ¿Votamos o no votamos? Uno participa o no, dependiendo de la estrategia. En el fondo, la palabra no es voto; el voto es un mecanismo, quizás el más importante de una democracia. Pero la pregunta crucial es ¿cómo logras tu objetivo? El gobierno tiene una estrategia muy clara, aunque los voceros del chavismo digan que la estrategia no se revela, pero tú la puedes enunciar en un párrafo.
¿Un párrafo? Eso sería demasiado. Yo diría que basta una sola línea. Además, ya la definió usted: permanecer en el poder. Agregaría una coletilla, cueste lo que cueste. Punto final.
Diría que eso es un objetivo y la estrategia es: ¿Necesito torcer las instituciones democráticas? Sí. ¿Necesito que la gente desconfíe del voto? Sí. ¿Necesito dividir a la oposición? Sí. ¿Necesito modificar las reglas de juego tantas veces como sea necesario? Sí. ¿Necesito inhabilitar a los candidatos opositores con mayor opción? Sí. Cuando sumas todo eso tienes una estrategia. Además lo haces anticipándote a tu adversario o a tus adversarios.
Así como mencionó esto tan fluidamente, ¿por qué no hace lo propio con la estrategia de la oposición?
Antes de responder esa pregunta, voy a retomar una pregunta que quedó pendiente. ¿Participar o no en unas elecciones a escasas ocho semanas? Sería lógico y beneficioso en función de hacia adonde quieres llegar. Pero no estamos sólo frente a un debate axiológico alrededor del valor del voto. A veces, uno se encuentra en el debate muchas frases de autoayuda electoral, no hay que perder espacios, hay que votar porque sí, me opongo a lo que sea. La abstención del 30 de julio fue increíblemente valiosa. El problema es ¿qué se hizo con eso los días subsiguientes, el 31 de julio, el 1 y el 2 de agosto? Esos son, digamos, los problemas de orden estratégicos. Aunque yo soy un ferviente partidario de la participación electoral, creo que en este momento, con un régimen de esta tesitura, tienes que decidir cómo lo haces. La decisión del 30, por ejemplo, fue no ir a votar. Dicho eso, no me pidas ahora que describa cuál es la estrategia de la oposición, porque el gran problema es que no hay una sola estrategia en la oposición, entre otras cosas, porque la oposición no es una sola. Sí, es verdad que en el chavismo hay fisuras, hay facciones, hay digamos un esquema de primus inter pares (el primero entre iguales) eso es cierto, pero ahí también hay un cemento importantísimo que los une: conservar el poder. Ese acuerdo mínimo común entre ellos les hace llegar a una estrategia que lo satisface todo. En el caso de la oposición no es cierto que se haya llegado a un acuerdo sobre lo que hay que hacer.
¿A qué atribuye usted esa falla de origen, por llamarla de algún modo?
Lo que ha ocurrido históricamente en la MUD es que ha habido unidad electoral. En la mayoría de las veces, la MUD ha sido una plataforma de coordinación y postulación electoral para hacer campaña y le ha ido muy bien, pero ¿en cuánto definir una política? Es decir, ¿cómo voy a enfrentar al régimen? ¿Mediante una línea de lucha no violenta y pacífica? ¿En espera del desgaste y participando en elecciones cuando pueda participar? ¿De cuál modo? Hay, dentro de la oposición, quienes piensan que el método para salir de esto es sencillamente esperar y participar cuando se pueda para obtener cargos de elección popular, con el objetivo de alimentar esa teoría de la acumulación de fuerzas, que yo no creo para nada. Hay otros que creen en la resistencia no violenta, en el quiebre de conciencia de los pilares fundamentales del régimen, me estoy refiriendo a la coalición oficial, el chavismo, la nomenclatura, el apparatchik y las Fuerzas Armadas. Esos son, básicamente los dos paradigmas, que no han llegado a un acuerdo. La historia pequeña de los meses más recientes, la ves reflejada en las comunicaciones. En los primeros meses de este conflicto, viste a los diputados más jóvenes llamando a la calle, estableciendo un marco, cuyas aristas eran los artículos 333 y 350 y no veías a otros actores, agotada esa etapa, viste a otros actores llamando a elecciones. Entonces, lo que hay que tener claro es que no hay unidad en la oposición. Eso es uno de los grandes mitos que tenemos en la política venezolana. Lo que ha habido es unidad electoral.
La verdad es que hemos transitado por tantas coyunturas políticas, por tantas crisis de toda índole y procesos electorales, que uno advierta, casi hasta al hastío, que en la oposición no haya unidad. ¿A qué le podemos atribuir esto? ¿A qué no hay un liderazgo? ¿A qué no hay capacidad?
Lo primero y lo más importante —aunque mucha gente considere superado ese debate en la dirigencia— es la definición del adversario. Hay posiciones distintas, difieren, divergen, en cuanto a qué se enfrentan. Hay quienes creen todavía que se enfrentan a un mal gobierno. Hay quienes creen que se enfrentan a un gobierno de corte autoritario, pero que todavía se puede enfrentar en las urnas y con la mayoría de los votos le puedes ganar. Hay quienes creen que se enfrentan a una dictadura militar, represora. Y hay quienes creen que se enfrentan a un sistema totalitario. Hay un espectro de posiciones y, probablemente, los acuerdos mínimos que vemos en la oposición en los últimos meses, se establezcan sobre el mínimo común, que a la postre terminan siendo tibios y como métodos o piedras fundacionales de estrategia no terminan siendo satisfactorios.
No me quedó claro si usted está de acuerdo con que la oposición vaya a elecciones.
Mi respuesta pudiera parecer cruel. Yo creo que en este momento, visto lo que hemos pasado, y entendiendo además que el venezolano quiere salir de esto votando, una buena opción sería hacerle ver, mediante un proceso pedagógico, que quizás ir a votar ya no es lo mismo que antes del 30 de julio. También puedo ensayar una respuesta más corta: Pareciera que la incoherencia de participar en un proceso con estas características, no es tan rentable, digamos, con mantenerte en una posición de no participación. Voy a decir porqué. Uno. No puedes decir que esto es una dictadura, que de esto salimos con el artículo 350, para luego salir diciendo vamos a elecciones. No estás votando con las condiciones previas al 30 de julio, sino con otras peores. Ese día, nos imaginamos que hubo fraude, pero que culminado el proceso, sea el sistema nervioso del CNE (Smarmatic), quien diga “por lo menos un millón de votos”, corrobora que aquí la institución del sufragio no se respeta para nada. Dos. En lugar de luchar por mejores condiciones para participar, la oposición se ha enfrascado en la escogencia interna de sus candidatos. Al día de hoy no hay una fecha, al día de hoy no hay cronograma, al día de hoy no hay campaña ni sabes cómo es la participación de testigos, al día de hoy…
… no sabes cuántas auditorias habrá antes, durante y luego del proceso.
Por ejemplo. Al día de hoy no sabes qué puedes hacer o no durante las elecciones. Entonces, vas en unas condiciones mucho peores a las que había antes del 30 de julio. A lo que hay que agregar un factor que tiene que ver con la coherencia. El discurso no puede variar de la noche a la mañana, sin una justificación plena, serena y bien fundamentada. No puede ser que a las 8:00 am, Mugica (Smarmatic) revele que hubo una manipulación de resultados —prácticamente un fraude— y a las cinco horas tú digas, pase lo que pase, vamos a elecciones. No se entiende… no se entiende. Eso te crea lo peor de ambos mundos: Vas a unas elecciones en condiciones muy, muy adversas, quizás las más adversas de tu historia, sin una tropa, en este caso tu electorado, completamente anarquizada detrás de ti, porque después del 30 de julio, vamos a ir a una elección bajo una sombra de duda, a lo que habría que añadir una gran dosis de rabia y de frustración. Tienes, además, al frente, a un adversario que no le tiembla el pulso para alterar los resultados. La respuesta más corta sería no participar planteando qué hacer. No participas porque vas a enfilarte en atar o amarrar todos los cables de la presión internacional, por ejemplo. Tienes que mostrarle a la gente la película. Voy a hacer esto o no lo voy hacer, y aquí tengo un plan pensado. Eso es lo que no hay.
Otro hecho notorio y comunicacional. En el momento en que la oposición recupera la iniciativa política, ahí está —frente a los micrófonos— la plana mayor de la MUD, pero cuando la iniciativa fracasa, el vacío es total. No hay comunicación. No hay mensaje. Se apela entonces a la responsabilidad ciudadana. “Tú eres el único que puedes cambiar esto… Todos y cada uno de los venezolanos y lo puedes hacer a través del voto”. ¿Cómo conjugamos una cosa con la otra?
Es la disolución de la estrategia. Vamos a poner en tu evaluación: fracasaste. Recurres al síndrome del avestruz, como dices. Después, invierto la carga de la prueba. Ahora el responsable es el dirigido y no el dirigente. Pero el dirigente tiene que dar la cara en las buenas y en las malas. Esa ha sido una de las causas que genera la abstención. Sí hubiese habido un mensaje posterior a la elección de la Constituyente. No fuimos capaces de frenar esa elección y reconocemos la limitación, pero tal cosa, déjame dejar tres puntos suspensivos, la gente no se sentiría huérfana. En este momento hay un sentimiento importante de orfandad política. Hay más una decisión individual, me opongo a esto y voy a votar porque creo en el voto como institución, pero no hay más que eso, no hay una elaboración estratégica.
En enero de este año, este país era un cementerio. Una desorientación total. Ni una sola movilización. ¿Cómo es que lo que ocurrió luego, las manifestaciones de calle, el plebiscito del 16 de julio, el apoyo internacional, no es un haber para la oposición?
El gran problema es que tú diseñaste una estrategia —sea buena o sea mala— asumamos que fue mala porque el resultado no fue el esperado. Y después no hiciste un balance. Es cierto, no cumplimos el objetivo, logramos esto, y vamos a seguir avanzando cambiado el método, pensando un poco, reflexionando, dándonos una pausa. El gran problema es que organizaste una consulta para saber lo que piensa la gente y se te olvidaron las tres preguntas. Y lo digo porque la primera era desconocer la Constituyente, de algún modo la estás anulando al participar. No es de extrañar que se impongan las reglas de un mandato espurio y de una Asamblea Constituyente espuria. El tema de la coherencia sí es importante.
¿Qué avizora después de este proceso electoral, dando por hecho la participación de las fuerzas opositoras?
Veo un camino tormentoso, donde todos los días se van a presentar hechos que te van a hacer dudar de si participas o no participas. Van a buscar, mediante provocaciones, que quienes van a elecciones, que son la mayoría, declinen porque ya se trazó una línea roja. Por ejemplo, el certificado de buena conducta. Es un dispositivo para causar mayor fragmentación, porque el gran objetivo de las elecciones regionales, desde la perspectiva del oficialismo, es dividir aún más a la oposición. Eso es lo que estamos viviendo ahora. ¿Qué avizoro? Más incertidumbre, pareciera que no sabes en qué condiciones finales vas a terminar llegando. No sabes si vas a contar con todos los votos que necesitas y que previsiblemente tienes detrás de ti. Eso puede generar un saldo que al día de hoy se ha vendido de manera equivocada, porque te dicen vamos a ganar 18 gobernaciones, vamos a ganar 20, pero tal vez no termine siendo así por equis, ye, zeta, porque te inhabilitan a un candidato, porque te tuercen un resultado aquí o allá, digamos todas las trampas habidas y por haber, porque la abstención, por ejemplo, produjo después del revocatorio de 2004 que Diosdado Cabello y no Enrique Mendoza fuese el gobernador de Miranda, porque si no hay un compromiso firme de precandidatos que no ganen las primarias y te quitan el 1 por ciento, eso pudiera significar que se pierda una gobernación. Me imagino que el resultado pudiera ser más agridulce de lo que mucha gente espera.
Publicado originalmente en Prodavinci