Una traducción libre y condimentada de un artículo publicado por Frank Bruni en las páginas de opinión del diario The New York Times.
Para su gran anuncio la semana pasada, Michele Bachmann no convocó a una conferencia de prensa, ni tampoco esperó algún otro momento en el que hubiera público, reporteros o cámaras de televisión cerca de ella. Ni siquiera eligió a algún periodista cercano y favorable para celebrar una entrevista del formato uno a uno, en el cual los políticos hacen revelaciones y responden unas cuantas preguntas tímidas.
Utilizó algo distinto. Ella “empaquetó” su declaración en un video barnizado en el que comunicó que no buscaría su quinto periodo como congresista. Podría haber sido fácilmente confundido con un comercial de campaña: la iluminación para favorecer su mejor ángulo, la música para ensalzarla y un guión que ella pudo haber leído en tantas tomas como haya deseado. No había riesgo que apareciera sudando, ni posibilidad que hubiese interrupción de reporteros que desafiaran su auto engrandecida versión de los hechos. Extraño, ¿no?
Pues bien, no.
Anthony Weiner adoptó el mismo enfoque controlado y controlador una semana antes en su anuncio de postulación como alcalde de la ciudad de Nueva York. En vez de aventurarse en un escenario, se escondió detrás de las cortinas, como el mago de Oz y dejó que un video de su autoría en la web hablara por él. Lo mostró al lado de su esposa. Lo mostró con su bebé. Fue un holograma que proyectó un clima hogareño y de devoción que evitó las preguntas obvias: Anthony, ¿están listos los votantes para un alcalde cuyo bienes han sido tan visibles como los tuyos?
De ese modo, Weiner comenzó una campaña en circunstancias extraordinarias. Pero su estrategia general, así como la de Bachmann — que encontró una ruta distinta a los medios para exponer su pieza en su propio tempo, en sus propios términos —fue empleada unos meses atrás, en circunstancias menos extraordinarias por Hillary Clinton. Ella necesitaba efectuar un giro políticamente crucial hacia el apoyo -largamente esperado- a favor del matrimonio gay; y ella, también, lo hizo en un video en la web meticulosamente realizado. En ese lugar seguro y poco espontáneo, pudo evitar las preguntas acerca del por qué ella ha estado a la cola de muchos otros demócratas en ese tema y del por qué le molestaba que su esposo hubiera firmado la Ley para la Defensa del Matrimonio, cuando ellos dos ocupaban la Casa Blanca.
Últimamente, nosotros los periodistas hemos estado agitados, justificadamente, por la persecución a nuestras fuentes y por el espionaje a los reporteros de los medios que consumimos estas revelaciones por parte de la administración Obama. Es una amenaza extralimitada a nuestra habilidad para vigiar al gobierno, que ha demostrado una y otra vez que necesita ser vigilado.
Pero nuestro rol y relevancia están en un peligro aún mayor debido a la habilidad de los políticos, en este nuestro nuevo mundo conectado, para sortearnos y presentarse ellos mismos en paquetes que no podemos abrir. Para difundir su mensaje, ellos no tienen que contar con la indulgencia de las cadenas noticiosas. No tienen que depender en la atención del periódico. Los videos de Bachmann, Weiner y Clinton son ejemplos especialmente vívidos de eso, son reflexiones y presagios de una era en la que YouTube es la plaza pública y el “cuarto poder” está en el límite de la obsolescencia.
Algunos de ustedes están diciendo: “¡ Grandioso! Ustedes los periodistas han provocado esto”. Y sí, somos responsables en gran medida. Por nuestro cinismo, superficialidad, la susceptibilidad a la espectacularidad y una tendencia a ver toda la política como una competencia en vez de ver su esencia, nos hemos ganado un nivel de reputación pública no mucho mayor al de los congresistas. Por ese repugnante acoso, esa es la situación de los medios.
Hay algunas consecuencias potencialmente positivas para esta desviación. ¿Será el uso masivo, no filtrado del ciberespacio de esos mensajes capaz de liberarlos (a los políticos) de esa agotadora e interminable faena de dar discursos a cada momento, que no tiene casi nada que ver con su perfil para el cargo y potencial para gobernar? Esto podría abrirles la puerta a personas talentosas a las que no les va bien esa dinámica de interminables giras de campaña en autobús. Le permitiría a los candidatos malgastar menos tiempo en la calle, para invertirlo en más tiempo para enfocarse en obtener el cargo al que aspiran.
Pero también es una preocupante nueva herramienta para construir una identidad “Potemkin”, una fachada que no tiene nada detrás. No es nada nuevo, ya los candidatos tienen tiempo usando la web para promocionar sus comerciales y piezas biográficas. El anuncio de Hillary Clinton para anunciar su candidatura a las elecciones del 2008 fue revelado a través de un video con una declaración en su página en internet. Pero ese video fue esencialmente una flecha entre muchas de las que había en un robusto carcaj. No fue un acto de evasión.
Si hay una tendencia en el tiempo, es la de los políticos orquestando de manera meticulosa cómo establecer sus propias narrativas. El presidente Obama alcanzó notoriedad a nivel nacional literalmente basado en el poder de su propia historia, con un electrizante discurso en la convención demócrata de 2004, la publicación de sus memorias que alcanzaron el status de bestseller y sus cuidadosas apariciones públicas, manteniendo a los reporteros a una distancia calculada. Él prefiere teleprompters y el enfoque suave de shows como “The View”, “Letterman” y “Entertainment tonight” a las interacciones –potencialmente desordenadas– con reporteros políticos.
Y ese tipo de control extremo alimenta a un círculo vicioso. Un sospechoso equipo de reporteros que sólo busca escándalos, mantiene en alerta a unos políticos cautelosos cuya reticencia y recelo ante esta amenaza, fomenta mayor desconfianza. “Un mal comportamiento de ambos lados, engendra mal comportamiento”, observó Bradley Tusk, quien gerenció la campaña de Alcalde de Michael Bloomber en 2009.
Los videos de Clinton, Weiner y Bachmann, todos diferentes pero relacionados, simplemente alientan el esfuerzo por marginar a los reporteros y neutralizar una cobertura escéptica. Y como Chris Lehane, un estratega demócrata, me señaló, ellos copian el modelo del mundo corporativo, cuyos ejecutivos han usado ese mismo formato opuesto a entrevistas y conferencias de prensa, para distribuir sus comunicados. Lehane mencionó como ejemplo el video publicado en 2007 en el cual David Neeleman, CEO de Jetblue, explicaba el colapso de las operaciones de la aerolínea.
Pero las corporaciones responden sólo a sus accionistas y a sus clientes. Los políticos responden a todos nosotros y tienen un tipo de poder muy peligroso, del que abusan fácilmente. Así que debemos verlos en ambientes que no estén necesariamente diseñados para su comodidad. Los reporteros debemos ser capaces de entrometernos. Puede que no sea un espectáculo agradable y no que lo hayamos estado haciendo de modo elegante, pero eliminar eso nos lleva a algo menos bonito: una Bachmann hablando como un robot, diciéndonos que ella renuncia por razones puramente altruistas.
Eso está mucho más lejos de la verdad que cualquier cosa desagradable que publiquemos.
Versión original en inglés: